domingo, 29 de abril de 2018

La mesa de la Palabra: Cuando llegue el dolor...

Cuando llegue el dolor… 

Para esta esquina de la mesa de la Palabra de hoy, tomo prestadas las palabras de José Luis Martín Descalzo en su breve poema Mis ojos.  Tienen la autoridad del que sobrellevó unas dolencias cardíaca y renal  durante años y, en la experiencia de la visita de la enfermedad, como escribió en una Tercera Página del diario ABC, nos dio las mejores páginas de su fe, teología y literatura.

Falleció en 1991 y su testimonio me desafía a revisar la mirada cada vez que piso un hospital. Y no seré yo quien diga que no hay dolor, soledad y desesperación en no pocos de los asistidos en la institución sanitaria. Pero, aún así, también hay mucha humanidad, y de la mejor; y, dicho al modo evangélico, se dan allí los mejores síntomas de los signos del Reino de Dios entre nosotros. Los profesionales que atienden con delicadeza y comunican con cercanía, los que brindan sus cuidados, conocimiento y talento a los enfermos y familiares con expresiones empáticas y animosas, repletas de comprensión y cariño; los que prodigan su amable paciencia con internos y acompañantes; los vecinos de habitación que suplen ausencias y lo hacen con llaneza admirable; quienes saben callar ante fatal diagnóstico y brindan elocuentes lágrimas y fuertes abrazos; aquellos que musitan una última oración, una sentida súplica para ponerse en las manos de su Dios y en él confían; las sonrisas que prodigan a la vera del enfermo auxiliares, celadores, enfermeras, personal de la limpieza; los últimos apretones de mano antes de entrar en quirófano, etc. En definitiva, la terapia de la cordial atención que, aunque no conste en los manuales al caso, producen efectos de ánimos y ganas de curación que son un salmo de gratitud al Padre de la vida, según los creyentes. Múltiples detalles de un perfil samaritano que, por fortuna, sobreabunda en nuestros hospitales, donde llega puntual el dolor a los nuestros.   
                                                                                                         Fr. Jesús Duque OP.

sábado, 21 de abril de 2018

La mesa de la Palabra: Caminito

Caminito 

En este domingo abrileño, y al enclave serrano de Santo Domingo de Scala-Coeli, se encaminan no pocos cordobeses empujados por la devoción a un crucificado que con el trazo de sus brazos abiertos espera el relato de sus penas y esperanzas, que son la letra de las inevitables canciones de amor y de paz. El paisaje que enamoró al corazón tranquilo de Álvaro de Córdoba se hace anfitrión de luz, sones creyentes y fiesta compartida.

Por más que lo consideremos como lugar común, ¡qué espléndida parábola de nuestra vida y fe es y ha sido el camino! Los poetas y los profetas son quienes mejor han trazado e hipostasiado el camino, y el profeta de la vida nueva, Jesús el Señor, el que lo ha disfrutado a la perfección, tanto que nos lo hace gozar en su seguimiento. De nosotros, además, espera que este camino –verdad y vida, también- lo recorramos sin agobios ni prisas innecesarias, nos perderíamos así el dulzor del viaje. Este camino nos brinda la oportunidad de perdernos en él, porque hacerlo en su persona, en su palabra y en su destino redentor es encontrar y ganar el dial de la vida creyente y, a pesar de tropiezos y barrancos que los tendremos, no perder ni el norte ni el sentido de nuestro caminar. Mil caminos tenemos para despistarnos y alejarnos incluso de nosotros mismos, pero solo tenemos uno para llegar, para ser, para vivir, y no es otro que Jesús el Señor, camino y sentido, recorrido y horizonte, sentido pleno de nuestra vida creyente. ¡Vale la pena ser peregrino del crucificado y resucitado!

                                                                                           Fr. Jesús Duque OP. 





domingo, 15 de abril de 2018

La mesa de la Palabra: De Dios amigos


De Dios amigos

En la reciente carta pascual del P. Provincial de Hispania en la que hace una bella glosa de los discípulos de Emaús en camino, evoca el  rótulo de amigos de Dios con el que algunos frailes mayores llamaban a los predicadores. Puede que a algunos les suene a pretencioso el que este reducido grupo de servidores del Proyecto del Señor pretendan acaparar tal título, cuando es un regalo del que disfrutamos todos los hijos de Dios; pero ¡es tan hermoso sentirse partícipe del ámbito afectivo de nuestro mejor Amigo cuando se sirve con todos los pobres medios al alcance del predicador la mesa de la Palabra! ¡Da tanta fuerza al servidor de la Palabra que ofrece sobrada energía para superar las servidumbres personales a la hora de decir la alegría y el consuelo del Evangelio!

El predicador ya tiene sobrado realce por su marchamo bautismal en el Pueblo de Dios. Ahora, sintiéndose amigo del mismo y discípulo del Maestro, ve cómo su modesto servicio de la Palabra, e incluso la pobre condición personal que ostenta, expresa la Gracia de la Predicación tan necesaria para acoger el sufrir de nuestro tiempo y la ilusión de los que necesitan levantar la cabeza. Pura gracia la de la predicación que invita a vivir el prodigioso sueño de la experiencia de Dios en la clave de cercanía afectiva (mitad de mi alma llama el poeta al amigo, dimidium animae meae), o el inmerecido regalo de dos almas en una (Maestro y discípulo), o el tremendo reto de saber que con tal amigo se piensa y habla siempre en la voz alta de la esperanza. ¡Noble, por bella y servicial, la condición del predicador!

Fr. Jesús Duque OP.


domingo, 8 de abril de 2018

La mesa de la Palabra: Luz


Luz

La herencia cultural que hoy atesoran no pocos pueblos, muy en especial los del sur español, presentan una compleja diversidad de elementos que con muy diverso significado y presencia, han ocupado el calendario festivo de estos recientes días. Así, la quema de los Judas, las carreritas, los encuentros, o las innumerables delicias reposteras que endulzan estas fechas y subrayan calendario festivo tan singular.

Con esta herencia antropológica como telón de fondo, con una puesta en escena de la reciente Semana Santa, casi toda ella mirando a los cristos crucificados y a las vírgenes dolorosas, las comunidades cristianas pretendemos festejar con todas las de la ley la fiesta de nuestras fiestas, el día que hizo el Señor y el domingo más singular del año, en el que festejamos la victoria sobre nuestra más que evidente precariedad, la derrota de las tinieblas a manos de la luz del primer día de la semana. La del alba sería cuando la comunidad cristiana, buscadora de luz, cayó en la cuenta que la fe en el Señor Resucitado congrega, fortalece, consuela, renueva, anima, humaniza, sana, envalentona, bendice y, sobre todo,  nos reta a vivir dedicados a la vida nueva que se cose al corazón de cada uno con misericordia y alegría. Asumir el perfil pascual es enamorarse de todo lo que el Señor pascualmente fecunda, de todos nosotros, sus hijos; nuestra Pascua es luz para todos nosotros, sin excepción.



Fr. Jesús Duque OP.