domingo, 28 de enero de 2018

La mesa de la Palabra: Fray Tomás de Aquino



Fray Tomás de Aquino

Si los que nos han dejado los mejores y más fraternos trazos de la biografía del Aquinate fueran cronistas de hoy, a buen seguro que harían una larga relación de records que adornan a este hermano dominico. Sin embargo, ninguno de tales momentos singulares camufla lo que sus frailes decían de él: que era, y ejercía, de hermano en el día a día de la comunidad, que, de mil amores, ejercía de cemento aglutinante en el quehacer orante, evangelizador y estudioso del convento; ah!, y que era un predicador convincente con verbo honesto y creíble, amén de estar dotado de notables dotes en el campo de la oratoria.

La actitud de fray Tomás de Aquino en la no fácil tarea de buscar la verdad desde la fe y la razón se nos antoja hoy como el adecuado antídoto ante la omnipresente posverdad (sin hablar del proceloso mundo de las fake news, engaño más que descarado), invención ésta para no llamar a la mentira por su nombre o, lo que es peor, rechazar el compromiso ético que se supone en todo aquel que, desde su ignorancia o curiosidad, se empeña en el noble quehacer de buscar, investigar y parir parcelas de verdad que, a su vez, hambrearán para nuevos intentos y más fecundas búsquedas. Lejos de mitificar al bueno de fray Tomás de Aquino en su matrimonio con la verdad, no silenciemos hoy los dominicos un aspecto muy hermoso de su legado vital: su honestidad creyente e intelectual, con el inevitable equipaje de autocrítica para no dejarse cegar por los logros obtenidos, sean de la dimensión que sean. Todos sus escritos y, por supuesto, su biografía de fraile predicador, rezuman cordialidad, porque bien sabía lo que era caminar en verdad –humildad- y hasta qué punto estaba obligado a armonizar razón y fe, saberes y cultura propios con  la sabiduría de la Palabra. ¡Qué hermoso legado el de fray Tomás a toda la Familia Dominicana, porque quien fue su vida, verdad y esperanza dijo de él: bene scripsisti de me, Thoma!
  

Fr. Jesús Duque OP. 

domingo, 21 de enero de 2018

La mesa de la Palabra: Teo y Socio (...) logía



Teo y Socio (…) logía

Uno de detalles más paradójicos del hecho cristiano es el que se nos ofrece como el rasgo más frágil, y no es otro que el propio Cristo Jesús, y más cuanto que lo que más lo singulariza, su encarnación, el ser Dios hecho humano, no nos provoca precisamente por su racionalidad. Cristo no es un mensajero al uso como lo pudo ser Moisés con los judíos o Mahoma en el caso del islam; no, Cristo es un enviado que, al tiempo, es el mismo Dios.  

Teología, pues, en estado puro con incontables consecuencias sociológicas en nuestra contemporánea modernidad. Porque Cristo no viene para defender la ley o para ser uno de sus voceros; al contrario, viene para levantar acta del interés que tiene el Padre Dios por la salvación de todos los hombres, sin verse urgido para decirnos desde el inicio lo que tenemos que hacer, sino a quién tenemos que seguir y a quien hacemos presente entre nosotros cuando derrochamos gestos humanizadores en nuestra diaria convivencia. Porque la encarnación de Cristo conlleva unas potencialidades increíbles para que emerja un mundo humanizado sin tener que atarnos a unas leyes religiosas por necesidad. Porque lo que a los hombres nos conecta es la ley, pero lo que nos orienta hacia Dios es otra cosa.

Es como si la religión hubiera decretado salir de la misma religión, y dejara de poner el acento en sus nexos normativos y perfiles cultuales, para subrayar con nitidez que todo lo que hagamos en pro de nuestros iguales adquiere condición de ofrenda limpia y grata a Dios y siempre que reforcemos la conexión con los hermanos en la clave ineludible del servicio ejercemos la ciudadanía samaritana propia de su proyecto cristiano del Reino de Dios.  



Fr. Jesús Duque OP.