viernes, 29 de septiembre de 2017

La mesa de la Palabra: De historia



De historia

Ya indicó Darwin que, si nos empeñamos en rebuscar en el pasado histórico para repetirlo, perpetramos un gran error. La historia, devenir por sí misma, es la suma integral que, en la continuidad y en la humanización del tiempo vivido, tiene uno de sus mayores logros. Noble es el oficio del historiador que levanta acta de eventos importantes del pasado y hermoso es su oficio cuando se limita a fijar el acontecer humano en sus precisos términos de tiempo y espacio.

Otra cosa muy distinta es cuando nos ofrecen los logros de su quehacer como tarea a cumplir en el tiempo presente, como si la máquina del tiempo se hubiera detenido en el punto y hora que ellos estudian. Estimo que ésta es una discutible pretensión de no pocas efemérides de nuestras devociones e instituciones religiosas. Los hechos evocados (fundación, apariciones, devociones…) fueron lo que fueron, y con toda seguridad en grado de excelencia, lo que no significa que sean las formas y usos más adecuados para el presente, ni que aquellas instituciones haya que recuperarlas hoy. Sería lo más fácil en el complicado presente e incierto futuro, pero también lo más anacrónico.

La Orden de Predicadores cumplió ocho siglos poco tiempo ha, y el compromiso colectivo que surgió de tal jubileo fue asumir la esperanza como el mejor reto para acompañar a los creyentes hoy, en particular a la humanidad doliente y buscadora, y amar cada instante de la historia de nuestro mundo como lugar teológico donde predicar y servir la Palabra a toda criatura. Bueno será, a este propósito, no olvidar la carta de fr. Bruno Cadoré que escribió como conclusión operativa del jubileo 800 de la Orden. Es una llamada convincente para amar sin reservas nuestro mundo –fecundo en heridas y abundante en dolores- y no convertirnos en estatuas de sal que no saben mirar el corazón de todas las criaturas: la humanidad merece toda la atención y espera desarrollemos nuestra vocación de servicio como lo hizo Jesús de Nazaret.

Fr. Jesús Duque OP.

 

lunes, 25 de septiembre de 2017

Desde Scala Coeli: Comentarios a las lecturas del Domingo 25 del Tiempo Ordinario ciclo A




    


     Después de 27 siglos que han transcurrido desde que se escribió este pasaje que hemos escuchado  en la 1ª lect. del Libro del Profeta Isaías, aún sigue vigente en estos momentos actuales. Seguramente nos lo podemos aplicar hoy con mucha más razón que en aquel entonces, porque “nuestra lógica no es la de Dios; los planes del Señor no son nuestros planes;  nuestros caminos no son los caminos de Dios”.

     Y en base a eso, el profeta Isaías, nos da un perfil del verdadero Dios, que el Profeta nos apremia a buscar para intentar copiar y ser lo más parecido a Él, y que lo vemos reflejado en el dueño de la viña del evangelio de hoy. 

   Ese Dios, nos dice Isaías, es un Dios que espera que le busquemos, que se deja encontrar, que siempre se hace cercano, que se apiada de los que le conocen, que es generoso en el perdón.

     ¿Mi Dios en el que creo, es ese Dios? ¿Me parezco a como es Él? ¿Qué empeño pongo para buscarle e imitarle?

     En realidad, buscar al Señor, no es otra cosa que escuchar su llamada; y escuchar su llamada es responder a ella; y responder a su llamada es seguirle; y seguirle, como nos recuerda la parábola del evangelio de hoy, es acceder a trabajar en su viña.  Y su viña, es la iglesia, la parroquia, la familia, es cáritas, las ONGs, voluntariado, y todo el entramado social en el que vivimos.


     Esa es la mejor respuesta, y como nos acaba de decir San Pablo, llevar una vida digna según el Evangelio. Por eso en la 1ª Lect. se nos llama a la conversión una vez más. Y todos sabemos que convertirnos, consiste fundamentalmente en parecernos cada día más a nuestro Dios, que como nos acaba de decir el Salmo, es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, el Señor es bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas,  justo en todos sus caminos, bondadoso en todas sus acciones.

     Otra de las sugerencias del evangelio a tener en cuenta, es que no importa la hora de llegada a su viña ni la cantidad de trabajo, lo que importa es el amor que hayamos dado a su llamada. Nunca es tarde para servir a Dios.

     Y por último, hay algo en esta parábola que no debe pasar desapercibido y que quizá refleja en gran medida ciertas actitudes en la sociedad de hoy.

     La jornada laboral en tiempo de Jesús era de 12 horas: desde que empezaba a despuntar el día, hasta que aparecían las primeras estrellas. Como acabamos de ver, a lo largo de la jornada, el dueño de la viña, no cesa de llamar trabajadores con el deseo de favorecer a todos, incluso cuando faltaba tan sólo una hora para finalizar la jornada. Los jornaleros que murmuran contra el amo, no reclaman un salario mayor de acuerdo a las horas de trabajo, y aquí está lo curioso, sino que se quejan que los últimos sean beneficiados. O sea, se envidian del bien ajeno. ¿Estos últimos perjudicaron en algo a los otros? De ninguna manera. ¿Por qué entonces, tantas envidias, tanta falta de bondad y generosidad? (nos evoca la actitud del hijo mayor de la parábola del Hijo Pródigo).

                                                                                                                                                         P. Mariano del Prado, o.p.

domingo, 24 de septiembre de 2017

La mesa de la Palabra: Hacer sitio



Hacer sitio

Una de las obviedades que con frecuencia olvidamos es aquella que apunta a que cada uno de nosotros tenemos un sitio propio, acreditamos un espacio, no siempre reconocido ni respetado ni reivindicado. Por otra parte, cuando nos adentramos en nuestra vivencia creyente, llama la atención el que Jesús de Nazaret siempre hizo sitio a sus discípulos, quienes dispusieron en todo momento de tiempo para hablar, escuchar, preguntar. O dicho de otro modo, el Maestro no solo dejó que sus discípulos se ratificasen en su seguimiento, sino que hizo algo más. Mucho más. Se dio a sí mismo para que ese espacio propio de cada discípulo dispusiera de toda la densidad necesaria para creer, para conectar con el dial del rostro de Dios.

No es creíble nuestro compromiso creyente si a este hacer sitio, su sitio, a cada hermano, no implica oferta de servicio, de compañía, de saber estar al lado ocupados en la escucha y en la oferta, en el compromiso y en la generosidad. La Palabra predicada cuando es servicio evangélico tiene esta virtualidad: hace sitio y acompaña, abre espacios de luz en nuestro corazón y busca compromiso, perfila nuestra personal imagen como seguidor y crea maneras de crecimiento.

Los predicadores de la Familia Dominicana nos han dejado el legado de un servicio a la Palabra en el que destacó siempre el que Dios disponga de un espacio en la vida de cada uno de sus hijos, pues no en balde predicamos el evangelio de Jesús de Nazaret como mejor exponente del sitio vital donde, de verdad, respiramos, vivimos y esperamos.


Fr. Jesús Duque OP.