miércoles, 30 de septiembre de 2015

Festividad de San Jerónimo



En tus labios estén las palabras de Dios;
día y noche medita en ellas,
cuida hacer todo lo que dicen,
así tu vida tendrá sentido y valor.
(Jos. 1,8)


La importancia de la Palabra en San Jerónimo y en Santo Domingo





San Jerónimo (nacido en 347), es considerado como un Padre de la Iglesia que puso la Biblia en el centro de su vida:  la tradujo al latín, la comentó en sus obras, y sobre todo se esforzó por vivirla concretamente en su larga existencia terrena.

En Belén, donde se retiró y vivió sus últimos años, desarrolló una intensa actividad: comentó la palabra de Dios; defendió la fe, oponiéndose con vigor  a varias herejías; exhortó a los monjes a la perfección; enseñó cultura clásica y cristiana a jóvenes alumnos; acogió con espíritu pastoral a los peregrinos que visitaban Tierra Santa.
Santo Domingo penitente (Museo Bellas Artes Sevilla)

Por su parte Santo Domingo, es tenido –según le atribuyeron los primeros biógrafos- como un varón evangélico. Varón moldeado por el evangelio. Como un evangelio viviente. O sea como alguien que entendió lo de seguir a Jesús de Nazaret, ser imitadores de él y lo llevó a la práctica.

Tanto San Jerónimo como Santo Domingo se enfrentaron con energía y vigor a los herejes que no aceptaban la tradición y la fe de la Iglesia.

Como menciona Benedicto XVI, en las audiencias generales dedicadas a San Jerónimo, en noviembre de 2007, “¿qué podemos aprender nosotros de san Jerónimo? Sobre todo podemos aprender a amar la palabra de Dios en la sagrada Escritura. Dice san Jerónimo: "Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo". Por eso es importante que todo cristiano viva en contacto y en diálogo personal con la palabra de Dios, que se nos entrega en la sagrada Escritura. Este diálogo con ella debe tener siempre dos dimensiones:  por una parte, debe ser un diálogo realmente personal, porque Dios habla con cada uno de nosotros a través de la sagrada Escritura y tiene un mensaje para cada uno.

No debemos leer la sagrada Escritura como una palabra del pasado, sino como palabra de Dios que se dirige también a nosotros, y tratar de entender lo que nos quiere decir el Señor. Pero, para no caer en el individualismo, debemos tener presente que la palabra de Dios se nos da precisamente para construir comunión, para unirnos en la verdad a lo largo de nuestro camino hacia Dios. Por tanto, aun siendo siempre una palabra personal, es también una palabra que construye a la comunidad, que construye a la Iglesia.
 
San Jerónimo penitente (Museo Bellas Artes Sevilla)
En realidad, dialogar con Dios, con su Palabra, es en cierto sentido presencia del cielo, es decir, presencia de Dios. Acercarse a los textos bíblicos, sobre todo al Nuevo Testamento, es esencial para el creyente, pues "ignorar la Escritura es ignorar a Cristo". Es suya esta famosa frase, citada por el concilio Vaticano II en la constitución Dei Verbum (n. 25). “

En Santo Domingo se aprecia muy claramente todo lo anterior. Noches en oración, liturgia con sus frailes; leer y rumiar el evangelio de san Mateo o las cartas de san Pablo: contacto continuo con la Palabra de Dios y con el mismo Dios que nos ha dado su Palabra.  Quería que en las comunidades se generara un ambiente adecuado para la contemplación. El fraile que quebrantara habitualmente el silencio debería ser corregido con penas graves. El silencio será para los dominicos, el "pater praedicatorum" y hablarán de la "sanctisima silentii lex", en expresión  que manifiesta que, sin silencio, no hay predicación porque no hay contemplación. No hay oración, reflexión, estudio.

Domingo, estudiando día y noche la Palabra del Evangelio y permaneciendo próximo a la humanidad doliente, aprende la lección suprema de la caridad cristiana, se reviste de entrañas de compasión y ve crecer en él el ansia del martirio. La compasión de Domingo está sin duda asociada a su espiritualidad de encarnación, traducida en gestos de compasión a imitación de la vida de Cristo

Así, tanto San Jerónimo como Santo Domingo, son unos verdaderos "enamorados" de la Palabra de Dios. En palabras del primero, leer la Escritura es conversar con Dios: "Si oras —escribe a una joven noble de Roma— hablas con el Esposo; si lees, es él quien te habla" (Ep. 22, 25). El estudio y la meditación de la Escritura hacen sabio y sereno al hombre (cf. In Eph., prólogo). Ciertamente, para penetrar de una manera cada vez más profunda en la palabra de Dios hace falta una aplicación constante y progresiva. Por eso, san Jerónimo recomendaba al sacerdote Nepociano: "Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; más aún, que el Libro santo no se caiga nunca de tus manos. Aprende en él lo que tienes que enseñar" (Ep. 52, 7).

Al igual que Domingo, Jerónimo también sufriría con Cristo y en Cristo por quienes vivían alejados de Cristo. De ahí el deseo de anunciar a todos la Palabra de Dios como prolongación del ministerio de Jesús.