miércoles, 25 de enero de 2012

Llévame por donde te parezca mejor

Dolores Aleixandre, rscj

El otro día, cuando un taxista me preguntó por dónde quería que fuéramos, le contesté: “Lléveme por donde le parezca mejor”. Y como no me voy a fiar de Dios menos que de un taxista, lo que trato de hacer cuando rezo es dejar que Él me programe la hoja de ruta. Llevo ya tiempo bastante convencida de que esto de la oración le importa a Dios más que a mí, de que es más asunto suyo que mío y de que, como me descuide (San Juan de la Cruz decía aquello de “dejando mi cuidado”) y me ponga a tiro de su acción, Él hará lo que acostumbra, que es hacernos parecidos a Jesús. Así que si lo suyo es amar y comunicarse como le dé su real divina gana, me parece que lo mío es ante todo no estorbar.


Cada noche leo el evangelio del día siguiente y trato de que me resuene también en el corazón la “otra Palabra” que Él ha ido pronunciando a través de las personas y las cosas que han pasado en el día y luego procuro que ese “rumor” me acompase el sueño, en vez del barullo de los tertulianos radiofónicos, televisivos o literarios. A esa hora les digo como en el cónclave: Exeant omnes! ("Todos fuera"), y les cierro la puerta sin más contemplaciones. Sólo se queda dentro la gente que va a acompañarme al día siguiente cuando rece.

En la mañanita echo mano del “kit de oración” consistente en cojín de zen que me ayuda a mantenerme en buena postura, rincón tranquilo con icono y vela encendida (valiente tontería pienso a veces, porque suelo cerrar los ojos). Con el ir y venir de la respiración voy repitiendo tranquilamente el nombre de Jesús o algunas palabras hebreas como honeni, moskeni o tov hasdeha mehayim que no pienso explicar lo que significan. También aprovecho las “ofertas de temporada”, o sea los distintos momentos del año litúrgico: no es lo mismo respirar el nombre de Jesús en Adviento que en Pascua o en Pentecostés. Y no me pregunten por qué.


A veces me rondan las tentaciones: “Vaya desperdicio de imaginación, con la cantidad de ideas de colores que a ti se te ocurren enseguida, en vez de esta sosera tan vacía y tan oscura”. Me defiendo como puedo, agarrada a la experiencia ya antigua de que esa es para mí la puerta estrecha para “entrar en lo escondido” y quedarme ex-puesta a la mirada del Padre. Por eso me agarro como una náufraga al ir y venir de la respiración, que como una okupa benéfica, va desalojando mi corazón de ideas, de palabras y de las distracciones pesadísimas que entran y salen brincando como pulgas de playa.

En medio de tantos intentos torpes y a trompicones, sigo pensando que no sé rezar, pero me consuela pensar que lo contrario (creerme que ya he aprendido) sería mucho peor.

Luego está la oración del entredía, pero esa es otra historia.

Publicado en la revista El Ciervo

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