lunes, 21 de julio de 2008

Buscar con coraje (27 de julio)

Constantemente nos sorprendemos a nosotros mismos buscando. ¡Buscamos cantidad de cosas! No tanto las que nos vende la publicidad, sino aquello que nos pide nuestro interior. Buscamos inconscientemente. Cada cosa, cada sensación, cada persona hallada, cada experiencia que encontramos nos pone en la pista para una nueva búsqueda. El ser humano es buscador por naturaleza. Y eso es maravilloso. En la propia rutina de cada día (“mientras se cava un campo”), o en el esfuerzo decidido y programado… Siempre estamos buscando.

Y cada encuentro, aún recompensando nuestro trabajo parcialmente, nos deja cierto sabor a insatisfacción. Por eso continuamos hasta encontrar algo más. No fue mala la intención de aquellos que, buscando, se enredaron en mundos siniestros. ¿Serán nuestras búsquedas hechas –a veces- por caminos equivocados? “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en ti”, confirmaba san Agustín con su vida.

Hay muchos que se cansaron de buscar. Que pensaron que ya habían encontrado lo que necesitaban. O que perdieron el ánimo para ponerse en camino. Otros incluso pensaron que nada nuevo o bueno puede esconder la tierra en la que nos movemos. ¡Hay tantos caminos por andar, tanta vida por recorrer, tantos tesoros por desenterrar, tantos “escaparates” para contemplar!

Me asombra la constancia de los dos buscadores de las parábolas. El coraje y la tenacidad que les mueve. Coraje. Valentía. Pasión. ¿Será eso lo que nos falta tantas veces? Coraje para no dormirnos demasiado, coraje para arriesgar, coraje para seguir recorriendo esta vida sin dejar de sorprendernos. No hay vida interior sin una valentía decidida, sin una lucha constante, sin tener las agallas de dejar lo cotidiano para ponerse en camino. Y tampoco hay vida cristiana si nos dormimos en los laureles, si nos quedamos en lo superficial y no desenterramos tantos tesoros que sólo pueden ser abiertos por nosotros y por nadie más…. ¡Bendita tierra interior, bendito mundo en que habitamos, que nos depara aún tantas sorpresas!
Domingo XVII del Tiempo Ordinario
1 Re 3, 5.7-12
Sal 118
Rm 8,28-30
Mt 13, 44-46

domingo, 20 de julio de 2008

La oración (Gandhi)

La oración no es un entretenimiento ocioso
para alguna anciana.
Entendida y aplicada adecuadamente,
es el instrumento más potente para la acción.
(Gandhi)

Crecer juntos (20 de julio)

Con frecuencia aparecen en nuestro vocabulario expresiones como “ser trigo limpio, sembrar cizaña, meter cizaña…”. Sabemos muy bien lo que significan. Con menos frecuencia tenemos la oportunidad de contemplar los campos de trigo que se extienden juntos a las grandes carreteras, tan simétricos e igualados. Nada destaca entre tanta proporción e igualdad. A lo sumo, una amapola. Y sin embargo, junto con el trigo crece la cizaña. No fueron manos de labrador quienes la colocaron allí: la madre naturaleza que tiene ciertos caprichos se encargó de hacerlo. El hábil agricultor ni siquiera se plantea separarlos: primero porque no distingue; segundo, porque las raíces de trigo y cizaña crecen tan juntas que sería imposible sacar una sin dañar al otro. ¡Deben crecer juntos! ¡Es la mejor solución!

“No son trigo limpio”, pensamos más de una vez al contemplar a algunos personajes que nos trae la actualidad televisiva. O lo mismo decimos de otros más cercanos: conocidos, compañeros de trabajo, familiares… Tendemos a ser jueces, jueces objetivos y perfectos. Y cuando escuchamos la parábola del trigo y la cizaña nos consolamos pensando que -¡pobrecitos!- hay gente muy mala que crece junto a nosotros… ¿Y si fuera al revés? ¿Y si Jesús hubiese pronunciado esas palabras para que nos identificásemos con esa hierba que no es tan limpia? Sólo hace falta mirar hacia adentro un poco para darnos cuenta de que no somos perfectos. Que todos tenemos mucho por lo que sonrojarnos. Que no hay tanta pureza en nuestras opciones ni tanta rectitud en nuestra vida. Al menos no tanta como de la que a veces presumimos. Entonces no tenemos más remedio que cerrar la boca y hacernos humildes, dejarnos de juicios inmisericordes y ser más tolerantes y pacientes.

El Dios cristiano es presentado en las lecturas como el que es justo sencillamente porque perdona (y no condena más que con misericordia), el que juzga con moderación e indulgencia, el que enseña que ser justo, ser cristiano, significa ser profundamente humano. “La gloria de Dios es que el hombre viva” decía san Ireneo en la antigüedad. Es más fácil creer en un Dios de leyes y castigos, es verdad. Es ambiguo y hasta costoso imaginar a un Dios que no tiene más gusto que recrearse en todo lo humano. Que goza mirando y amando. El cristianismo se convierte así en la religión interior por excelencia. La que se alimenta y hace vida al Espíritu que clama “con gemidos inefables”. Somos creyentes de espíritu, que se ponen a la escucha del Espíritu, del Dios que tiene su mejor sagrario en nuestro corazón. ¿Cómo ser creyentes hoy? Siendo profundamente humanos, profundamente misericordiosos, profundamente pacientes, profundamente tolerantes, ¡profundamente profundos!
Domingo XVI del Tiempo Ordinario
Sb 12, 13.16-19
Sal 85
Rm 8, 26-27
Mt 13, 24-30

domingo, 6 de julio de 2008

La verdadera paz en las contrariedades


Quien quiera imitar de verdad al Dios y Redentor nuestro Señor Jesucristo, debe tomar sobre sí con ánimo sereno la cruz de los dolores interiores y exteriores, justos e injustos, y así cargado, caminará contento siguiendo a su Señor. No hay otro modo de llegar a donde Cristo ya nos precedió de este modo.

No son pocos los que quieren ser testigos Señor en la paz, mientras todo les vaya conforme a sus deseos. Quieren de buena gana ser santos, pero sin trabajo, sin tedio, sin tribulaciones, sin perjuicios. Desean, pues, conocer a Dios, saborearlo, sentirlo, pero sin amargura. Si efectivamente deben trabajar, si les produce amargura, tristeza, tinieblas y ­arduas tentaciones, si Dios se les esconde y se ven desprovistos de consuelos interiores o exteriores, al instante se desvanecen sus buenos propósitos. No son los verdaderos testigos que el Señor exige.

¿Quién hay, que no busque la paz, quién que no quiera tener la paz en todo lo que hace? Y, sin embargo, este modo de buscar esta paz debe sin duda ser descartado. Debemos esforzarnos en tener paz en todo tiempo, incluso en las adversidades con no poco esfuerzo. De ahí debe nacer la paz verdadera, estable, segura. Verdaderamente cualquier otra cosa que busquemos, o queramos será un engaño. Si, en cambio, nos esforzamos, en cuanto nos sea posible, en estar alegres en la tristeza y mantenernos tranquilos en la turbación, sencillos en la complicación y alegres en la angustia, entonces seremos verdaderos testimonios de Dios y de nuestro Señor Jesucristo.

A tales discípulos el mismo Cristo vivo y resucitado de entre los muertos auguraba la paz. (Jn 20, 21). Éstos nunca en su vida terrena encontraron una paz externa; pero se les dio una paz esencial, la verdadera paz en las tribulaciones, la felicidad en los insultos, la vida en la muerte. Se alegraban y exultaban cuando los hombres los odiaban, cuando los entregaban a los tribunales, cuando eran condenados muerte. Tales son los verdaderos testigos de Dios (Hch 5, 41).


Sermón en la Ascensión del Señor de fray Juan Tauler, dominico (1292-1361)

Santo Domingo de Scala Coeli

Los datos esenciales del convento de Scala Coeli son cono­cidos. El 13 de junio de 1423 compró san Álvaro de Córdoba la torre Berlanga, y fundó allí un convento de Reforma, bajo la advocación de Santo Domingo de Scala Coeli. El Papa Martín V había autorizado fundar seis. El 4 de enero de 1427, Álvaro fue nombrado superior mayor de la Reforma Dominicana. El mismo año, a 1 de abril, compra una casa en la ciudad para que sirviese de hospicio o cabeza de puente a los religiosos que bajaban o subían a Scala Coeli.

La fundación dio sus primeros pasos con buen pie. En 1434 funcionaba ya un estudio conventual bastante copioso. Scala Coeli irradió su influjo a Sevilla, donde san Álvaro pasa, con algunos compañeros, temporadas, y funda Santo Domingo de Portaceli. El capítulo provincial celebrado en Córdoba en 1464, encarga a Scala Coeli la puesta en marcha de las casas de Doña Mencía y de Chillón.


En 1506 el convento estaba florido. Pero en 1530 se pro­duce una grave crisis al “trasladarse”, aprovechando las cir­cunstancias, una parte de la comunidad al monasterio cisterciense de los Santos Mártires: El arreglo salomónico del Maes­tro General fray Juan de Fenario, 1535, sancionó los hechos consumados dando validez canónica al convento de los Santos Mártires y compensando a Scala Coeli con una pequeña renta. Fray Luis de Granada “refundó” el Convento y la Comunidad (1534-1545), y adquirió una nueva casa para hospe­dería, ya que la antigua fue derribada y vendido el solar por la comunidad de los Mártires.

El beato Francisco de Posadas –“el padre Posadas”, como le siguen llamando los cordobeses- vivió y murió en el “hos­pitalico”, es decir, en esa hospedería. El padre Posadas fue la figura más señalada de Scala Coeli en la época del Barroco. Y a su zaga irá, guardando distancias, fray Lorenzo Ferrari, exconde de Cumbre Hermosa y restaurador de la Iglesia a finales del XVIII.

Scala Coeli ha sobrevivido, como por milagro, superando las más oscuras vicisitudes, y en pie está, el “alcázar de la fe”, y de la identidad dominicana: oración, comunidad, estudio, predicación.


A. HUERGA, Escalaceli, Madrid, Fundación Universitaria Es­pañola, 1981