domingo, 2 de octubre de 2016

27º Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.



1) Hab 1, 2-3; 2, 2-4 ¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré Violencia, sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas? El Señor me respondió así: Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.

Habacuc ejerció su ministerio profético en el tiempo del rey Joaquín (605-598 a.C.), monarca déspota e inepto que frenó la reforma religiosa iniciada por su padre Josías. El pueblo sufre, una vez más, un periodo de injusticia y corrupción, y siempre como moneda de cambio en las alianzas con Egipto y Babilonia. Cuando al fin Joaquín se rebela a Nabucodonosor, se desencadenó la catástrofe: Jerusalén fue asediada en el 589 a.C. y el rey murió en dicho asedio.
Habacuc no se resigna a tanta ruina. No entiende el destino de su pueblo que pasa de un tirano a otro ni tampoco el papel de Dios en esta historia. En lugar de callarse, interpela, cuestiona, protesta e incluso se rebela y se enfrenta a Dios en una serie de diálogos recogidos en la primera parte del libro (1,2-2,20)
En el texto de hoy Habacuc se lamenta por la violencia, el dolor inocente y la injusticia que afligen a su país, a la sazón sin ley y sin derecho. El drama del mal en la historia interpela la fe, que tiene una única certeza: la última y definitiva palabra es la fidelidad a Dios. El ¿hasta cuando? no es expresión de falta de fe sino súplica ferviente para que Dios se apresure a intervenir. Dios responde con una visión que el profeta tiene que registrar por escrito, en escritura legible. La visión se resume en un notable oráculo: el injusto sucumbirá –en el leccionario: tiene el alma hinchada-, pero el justo vivirá por su fe. Frase citada por Pablo como argumento fundamental en su carta a los Romanos.


 


 

2) II Tim 1, 6-8.13-14 Querido hermano: Reaviva el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio según las fuerzas que Dios te dé. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas, y vive con fe y amor cristiano. Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.  

Es el testamento espiritual de Pablo –se dice lo mismo de su discurso ante los ancianos de Éfeso en Hech 20,18-35-, la II carta a Timoteo contiene una serie de consejos y recomendaciones a su discípulo Timoteo, su más cercano colaborador. Pero las circunstancias han cambiado respecto a la primera carta. El apóstol, encadenado en Roma, se encuentra al final de su ministerio y se siente con el deber de alentar a su joven discípulo a mantenerse fiel a su servicio pastoral y a conservar la sana doctrina.
Pablo recuerda sobre todo la gracia singular de la vocación apostólica, gracia que también ha recibido Timoteo por medio de la consagración realizada con la imposición de las manos de parte de Pablo y de todo el colegio de los presbíteros. Esta gracia ministerial se realiza en tres actitudes características: la fortaleza, la caridad y la sensatez. Por ello, le exhorta a la audacia evangelizadora, a la madurez de quien sabe mantenerse firme en el ideal que aprendió del maestro y a la fidelidad de guardar el tesoro –otras traducciones: precioso/buen depósito, hermosa tradición, bien preciado-, o sea, el depósito de la fe que le ha sido encomendado.











 


3) Lc 17, 5-10  En aquel tiempo, los Apóstoles le pidieron al Señor: Auméntanos la fe. El Señor contestó: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a es morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: ‘En seguida, ven y ponte a la mesa?’ ¿No le diréis: ‘Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú?’ ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: ‘Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer’.    

Esta página está ubicada en la sección central o camino a Jerusalén. Su argumento se centra en tener fe y en la actitud de servicio. Dos lecciones expresadas en forma de logion y de parábola.
Los apóstoles dicen a Jesús: Aumenta nuestra fe, quizá porque la fe que viven hasta ahora no les parece suficiente. Porque para seguir al Maestro de Galilea se requiere algo más que la fe tradicional de cada uno, algo más que seguir las tradiciones. O quizá porque la fe auténtica que anida en su corazón no llega a la altura ni de un grano de mostaza; porque no es la cantidad de la fe de lo que aquí se trata, sino la calidad, una fe viva, veraz, confiada y eficaz. Porque no hay que aumentar ni la doctrina, ni los dogmas, ni los signos externos, ni los actos devocionales, sino avivar nuestra creencia en Cristo Jesús, la confianza en su Palabra, la fuerza de su Espíritu. Porque lo determinante no es creer en cosas, ni multiplicar presencias dichas religiosas, sino creer en Él, aceptar a Jesús de Nazaret en el corazón de cada uno. Por esta razón, preciso es conocerle mejor, aceptar el proyecto del Reino de Dios que es lo nuclear de su mensaje, enamorarse del evangelio y dejar que entre en nuestra vida el Dios de Jesucristo.
Parece que a medida que conocen mejor el proyecto de Jesús –el Reino de los cielos- constatan que no les basta la fe que hasta aquí han detentado, aunque ésta fuera vivida desde la niñez.
A nosotros nos puede suceder algo parecido; la fe que ostentamos quizá no sea suficiente para ser testigos creíbles del evangelio de Jesús. Habrá que recordar que la fe no es creer una relación de doctrinas, dogmas y principios, sino identificarse con Jesús de Nazaret, acoger su predicación y proyecto, recibir su Espíritu, escuchar la Palabra, porque sólo Jesús es el que inicia, sostiene, aumenta y consuma nuestra fe.
Pero fe liberada de adherencias que dicen más devoción que confianza y esperanza en el Dios Padre. Fe alimentada por el Evangelio, por su presencia en la comunidad congregada en su nombre; creencia que se alimenta en la pasión porque se cumplan y reconozcan los derechos de Dios en todos los humanos y expresada en compromisos de compasión y solidaridad con todas las personas que sufren en nuestro mundo hoy.