jueves, 2 de abril de 2015

SEMANA SANTA 2015: De la institución del Santísimo Sacramento.




 
Ultima Cena - Fra Angélico


Entre  todas las muestras de caridad que nuestro Salvador nos descubrió en este mundo, con mucha razón se cuenta por muy señalada la institución del santísimo Sacramento. Por lo cual dice san Juan que habiendo el Señor amado a los suyos que tenía en el mundo (esto es, a sus escogidos), en el fin de la vida señaladamente los amó (Jn 13,1); porque en este tiempo les hizo mayores beneficios y les descubrió mayores muestras de su amor. Pues, para  entendimiento destas palabras —que son fundamento, así deste misterio, como de todos los demás que se siguen—, conviene presuponer que ninguna lengua criada es bastante para declarar la grandeza del amor que Cristo tenía a su eterno Padre, y consecuentemente a los hombres que él le encomendó. Porque, como las mercedes y beneficios que este Señor, en cuanto hombre, había recibido deste soberano Padre fuesen infinitas, y la gracia otrosí de su ánima (de donde procede la caridad) fuese también infinita, de aquí es que el amor que a todo esto respondía era tan grande, que no hay entendimiento humano ni angélico que lo pueda comprehender. Pues, como sea propio del amor desear padecer trabajos por el amado, de aquí nace que tampoco se puede comprehender la grandeza del deseo que Cristo tenía de beber el cáliz de la muerte y padecer trabajos por la gloria de Dios y por la salud de los hombres, que él tanto deseaba por su amor.

Mas, ante todas estas cosas, este mismo amor le hizo ordenar un sacramento admirable, el cual, por doquiera que le miréis, está echando de sí llamas y rayos de amor. Por donde  el  que  desea saber  qué  tan  grande sea este  amor,  ponga los  ojos  en  este  divino Sacramento y considere los efectos y propósitos para que fue instituido, porque estos le darán nuevas ciertas de la grandeza de la caridad que ardía en el pecho de donde este sacramento procedió. Porque todos los indicios y señales que hay de verdadero y perfecto amor, en este divino Sacramento se hallan.

Porque, primeramente, la principal señal y obra del verdadero amor es desear unirse y hacerse una cosa con lo que ama. De donde viene a ser que, el que ama, todos los sentidos tiene en la cosa que ama: el entendimiento, la memoria, la voluntad, la imaginación, con todo lo demás. De suerte que el amor es una alienación y destierro de sí mismo, que nace de estar el hombre todo trasladado y trasportado en el amado. Pues este tan principal efecto de amor nos mostró Cristo en este sacramento; porque uno de los fines para que lo instituyó fue para incorporarnos y hacernos una cosa consigo, y por esto lo instituyó en especie de manjar, porque así como del manjar y del que lo come se hace una misma cosa, así también de Cristo y del que dignamente lo recibe; como él mismo lo significó, diciendo: El que come mi carne y bebe mi sangre, él está en mí y yo en él [Jn 6,56]. Lo cual se hace por la participación de un mismo espíritu que mora en ambos, que es como estar en ambos un mismo corazón y un ánima; de donde se sigue una misma manera de vida, y después una misma gloria, aunque en grados diferentes. Pues ¿qué cosa más para preciar y estimar, que esta?.

La segunda señal y obra de verdadero amor es hacer bien a la persona amada y darle parte de cuanto tiene, después que le ha dado su corazón y a sí mismo. Porque el verdadero amor nunca está ocioso, ca siempre obra y siempre trabaja por hacer bien a quien ama. Pues ¿qué mayores bienes, qué mayores dadivas, que las que nos da Cristo en este sacramento?
Porque en él se nos da la misma carne y sangre de Cristo, y el fruto que con el sacrificio de esta misma carne y sangre se ganó. Da manera que aquí se nos da el panal juntamente con la miel, que es Cristo con sus merecimientos y trabajos, de que aquí nos hace partícipes por virtud de este sacramento, según la disposición y aparejo del que lo recibe.  

La tercera señal y obra de amor es desear vivir en la memoria del amado y querer que siempre se acuerde dél;  y para eso se dan los que se aman, cuando se apartan, algunos memoriales y prendas que despiertan esta memoria. Pues por esto ordenó también el Señor este sacramento: para que en su ausencia fuese memorial de su sacratísima Pasión y de su persona. Y así, acabándolo de instituir, dijo: «Cada vez que celebráredes este misterio, celebradlo en memoria de mí» ; esto es, para acordaros de lo mucho que os amé, de lo mucho que os quise y de lo mucho que por vuestra causa padecí. Pues quien esta memoria, con tales prendas y memoriales, nos pedía, ¿con qué amor es de creer que nos amaba?

[Cuarta señal] Mas no se contenta el verdadero amor con sola la memoria, sino sobre todo pide retorno de amor, porque toda otra paga tiene por pequeña en comparación desta; y a veces llega este deseo a tanto, que viene a buscar maneras de bocados y artificios para causar este amor, cuando entiende que no lo hay. Pues hasta aquí llegó el soberano amor de Dios, que, deseando ser amado de nosotros, ordenó este misterioso bocado, con tales palabras consagrado, que, quien dignamente lo recibe, luego es herido y tocado deste amor. Pues ¿qué cosa más admirable que esta?

La quinta señal y obra de amor (cuando es tierno) es desear dar placer y contentamiento al que ama, y buscarle cosas acomodadas para esto; como hacen los padres a los  hijos chiquitos, que  les procuran  y traen algunas cositas que sirvan para  su gusto  y recreación. Pues esto mismo hizo aquí este soberano amador de los hombres ordenando este sacramento, cuyo efecto propio es dar una espiritual refección y consolación a las ánimas puras y limpias, las cuales reciben con él tan grande gusto y suavidad, que, como dice santo Tomás, no hay lengua que lo pueda explicar.

La última señal y obra de amor es desear la presencia del amado, por no poder sufrir el tormento de su ausencia. Esto verá quien leyere los extremos que hacía la madre de Tobías por la ausencia de su hijo [cf. Tob 10,4-7], y lo que hizo el patriarca Jacob por la vista de José, pues a cabo de ciento y treinta años de edad partió con toda su casa y familia para Egipto por ver —antes que muriese— con sus ojos lo que tanto amaba su corazón (cf. Gén 45,28); porque la condición del verdadero amor es querer tener presente lo que ama,  y gozar siempre de su compañía. Pues por esta causa este divino amador instituyó este admirable sacramento, en que realmente está él mismo en substancia, para que, estando este sacramento en el mundo, se quedase él también con nosotros en el mundo, aunque se partiese para el cielo. Lo cual es manifiesto  argumento  de  su  amor, y  de lo  que  él  deseaba nuestra  compañía,  porque la grandeza deste amor no sufría esta ausencia tan larga.

Y hacer  él esto  con nosotros fue la mayor honra,  el mayor  provecho,  el mayor consuelo y mayor remedio que nos pudiera quedar en este mundo, para que en él tuviésemos en quien poner los ojos, a quien llamar en nuestras necesidades, a quien hablar cara a cara cuando nos fuese menester, cuya presencia despertase nuestra devoción, acrecentase más nuestra reverencia, esforzase nuestra confianza y encendiese más nuestro amor.



                                                                        (Fr. Luis de Granada)