viernes, 20 de enero de 2012

Oración: Introvertidos y extrovertidos en la aventura espiritual

Ronald Rolheiser

Nada se asemeja tanto al lenguaje de Dios como el silencio. Así escribió el dominico y gran maestro místico del siglo XIV, Meister Eckhard. Esto nos dice, entre otras cosas, que hay un cierto compromiso interior que sólo podemos realizarlo por nosotros mismos, solos, en silencio. Hay una cierta profundidad e interioridad que sólo se pueden lograr a un precio: el del silencio y la soledad. Algunas cosas las podemos aprender únicamente estando solos. 

Pero eso es sólo la mitad de una ecuación. Existe también el axioma: Las comunidades son escuelas de amor y caridad. Hay también una cierta madurez, salud, sensatez y elasticidad que sólo se pueden conseguir relacionándose e interactuando con otros. Algunas cosas sólo se pueden aprender estando con otros. 

La tradición espiritual cristiana ha recalcado ambas cosas, aunque rara vez al mismo tiempo.
Por una parte, los autores espirituales han tendido siempre a poner mucho énfasis en el tipo de trabajo interior que solamente se puede realizar con oración personal y en contemplación. Por eso se juzga tan importante el silencio, al hacer un retiro o unos ejercicios espirituales: "¿Cómo puedes tomar en serio la oración y la conversión a no ser que estés dispuesto a confrontar, en silencio, el caos que hay dentro de tu propio corazón?" El temer o rehuir el silencio lleva consigo, generalmente, el que te juzguen superficial, poco profundo, temeroso de la profundidad y miedoso de estar a solas con Dios y contigo mismo. Algunas veces, efectivamente, es verdad. Con frecuencia tememos quedarnos solos y en silencio, porque tenemos miedo de lo que podamos encontrar allí. Como decía Tomás Merton, en el corazón de las cosas hay una oculta integridad o totalidad, pero, porque tememos que en cambio podamos encontrar allí el caos, tenemos miedo de estar solos y en silencio durante un tiempo suficiente para adentrarnos en el corazón de las cosas. Nos sentimos mucho más "seguros" en la superficie de las mismas cosas. El énfasis sobre la interioridad y el silencio que encontramos en los escritos espirituales clásicos intentan precisamente disminuir este miedo que anida en nosotros, para retarnos a un silencio y soledad interior en los que podamos confrontarnos a nosotros mismos y aventurarnos hacia el corazón de las cosas. 

Por otra parte, la espiritualidad cristiana ha recalcado siempre también el aspecto social de nuestras vidas, la familia, el cumplimiento religioso, la asistencia a la iglesia, y la participación en la comunidad. La dimensión social de la vida se ha considerado siempre como un elemento no-negociable dentro de una vida espiritual sana. La mayoría de los mismos escritos que recalcan el silencio y la soledad subrayan también el estar en una familia o comunidad y el participar en la vida de la iglesia. Advierten que hay un peligro real en ser demasiado reservado, de estar demasiado atrapado dentro de sí mismo, de evitar la comunidad, de hallarse en una búsqueda demasiado personal, sin la suficiente preocupación por la familia y la comunidad. 

Ambos énfasis, tomados solos por separado, son parciales: Recalcar sólo el silencio y la soledad tiende a sancionar a los extrovertidos, así como, por el contrario, subrayar sólo la comunidad y la iglesia tiende a sancionar a los introvertidos. Muy raras veces nos hemos encontrado con un sano equilibrio en esto. 

Los dos son necesarios, y lo son dentro de la vida de la misma persona. Sencillamente, hay un cierto trabajo interior que solamente puede hacerse estando solo, en silencio, así como hay un cierto crecimiento y madurez que solamente se pueden alcanzar por medio de una larga y fiel interacción en la familia y en la comunidad. 

Hay un tiempo para estar solo, lejos de los demás, y hay un tiempo para estar con los otros, lejos de las fantasías personales de nuestra propia mente. El estar en silencio y el socializar provocan diferentes efectos en nosotros. Si estoy demasiado solo y silencioso, probablemente desarrollaré una cierta profundidad, pero también corro el peligro de vivir demasiado encerrado en mis propias fantasías. Y a la inversa, si soy una mariposa-social que rehúye el silencio y la soledad, corro el riesgo de acabar más bien siendo superficial y poco profundo, sin interés por nada que vaya más allá del cotilleo del día; pero puedo poseer también un equilibrio, una sensatez y una flexibilidad, que, de todos modos, es menos evidente en la persona más proclive al silencio y soledad. 

Necesitamos ambos, el silencio y la socialización, en nuestras vidas; y es una falsa dicotomía el enfrentarlos entre sí. No están en oposición mutua, sino que los dos son componentes vitales de un mismo caminar hacia una comunidad de vida con Dios y de unos con otros. 

Existe una gran paradoja en el misterio de intimidad y comunión , a saber, algunas veces precisamente cuando nos sentimos más solos y en silencio es cuando estamos realmente más en comunión unos con otros, así como a veces nos sentimos más solos en medio de una reunión social. Y a la inversa, a veces cuando nos sentimos más sociales, compartiendo con otros, sentimos de la forma más profunda el misterio de la inefable presencia de Dios, mientras que otras veces, cuando estamos en oración totalmente solos y en silencio, sentimos con mayor fuerza que Dios está ausente. Ésta es la gran paradoja: se supone que el estar solos nos lleva a una comunión más profunda con los demás, y que el socializar con los demás nos lleva a una unión personal más profunda con Dios.

Los introvertidos y los extrovertidos luchan de la misma manera, y de la misma manera son privilegiados.


Tomado de Ciudad Redonda

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