jueves, 21 de abril de 2011

¿Quién cumple este mandamiento?

Pone el Señor sus ves­tidos según costumbre de un criado, se ciñe con una toalla, echa agua en una palangana, y postrándose en el suelo, comenzó a lavar los pies de sus discípulos. ¿Qué haces Señor Jesús?, ¿quién te impuso esta obra servil?, ¿quién así te postró y rebajó? Creo que la misma naturaleza de las cosas, si estuviese dotada de sentimiento, había de exclamar atónita: ¡Oh inmensa e infinita majestad, que gobiernas las cosas superiores e inferiores, que estás sentado sobre el orbe terráqueo, cuyos habitantes son como langostas!: ¿cómo te bajaste hasta el oficio ínfimo de la con­dición servil? Tú, Creador de las cosas, rector y autor de la naturaleza, ¿te dispones a lavar los pies sucios de unos pescadores? ¿Adónde, Señor Jesús, te bajó el amor de nosotros? ¿Adónde la caridad de nosotros? ¿Adónde el ardor de la verdadera humildad, para que aquellas manos en las que el Padre celestial puso todas las cosas, las pusieras debajo de los pies de unos pescadores? Esto lo hiciste ciertamente para hacernos amantes de esta virtud, que es gratísima a Dios y a los hombres.

Pero lo que no hay que pasar en silencio en modo alguno es que no sólo no se horrorizó el Señor de lavar los pies de los otros discípu­los, sino también del traidor Judas. Ante su presencia era el más vil e ingrato de todos los mortales, pues habiéndole concedido tantos beneficios, y habiéndole elevado con los demás discípulos a la dignidad de apóstol, había de cometer tan cruel e inaudito crimen. Con todo, el Cordero inocentísimo no desdeñó postrarse ante sus pies y lavándolos con sus sacratísimas manos no con agua sólo, sino -a mi parecer- ­también derramando lágrimas. Es cosa habitual y corriente entre los hombres corresponder al amor del que ama, pagar con beneficios. Pero prosternarse ante el traidor y lavar los pies de aquel que en ese mismo momento te ha entregado por un vilísimo precio para que te atormenten los enemigos y te crucifiquen, esto nadie lo debió hacer, sino este sólo príncipe de la caridad y de todas las virtudes.
¿Pues quién cumple verdadera y perfectamente este mandamien­to? A saber, el que por Cristo hace todos los servicios de humanidad y humildad incluso a vilísimos hombres, el que visita a los presos en la cárcel, el que no se horroriza de los que están cubierto de llagas, el que asiste a los enfermos, y no rehúsa ejercer con ellos los oficios de los esclavos más viles.

(De los Sermones de Fr. Luis de Granada, Sermón de Semana Santa, Sermón 100)

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