domingo, 6 de julio de 2008

La verdadera paz en las contrariedades


Quien quiera imitar de verdad al Dios y Redentor nuestro Señor Jesucristo, debe tomar sobre sí con ánimo sereno la cruz de los dolores interiores y exteriores, justos e injustos, y así cargado, caminará contento siguiendo a su Señor. No hay otro modo de llegar a donde Cristo ya nos precedió de este modo.

No son pocos los que quieren ser testigos Señor en la paz, mientras todo les vaya conforme a sus deseos. Quieren de buena gana ser santos, pero sin trabajo, sin tedio, sin tribulaciones, sin perjuicios. Desean, pues, conocer a Dios, saborearlo, sentirlo, pero sin amargura. Si efectivamente deben trabajar, si les produce amargura, tristeza, tinieblas y ­arduas tentaciones, si Dios se les esconde y se ven desprovistos de consuelos interiores o exteriores, al instante se desvanecen sus buenos propósitos. No son los verdaderos testigos que el Señor exige.

¿Quién hay, que no busque la paz, quién que no quiera tener la paz en todo lo que hace? Y, sin embargo, este modo de buscar esta paz debe sin duda ser descartado. Debemos esforzarnos en tener paz en todo tiempo, incluso en las adversidades con no poco esfuerzo. De ahí debe nacer la paz verdadera, estable, segura. Verdaderamente cualquier otra cosa que busquemos, o queramos será un engaño. Si, en cambio, nos esforzamos, en cuanto nos sea posible, en estar alegres en la tristeza y mantenernos tranquilos en la turbación, sencillos en la complicación y alegres en la angustia, entonces seremos verdaderos testimonios de Dios y de nuestro Señor Jesucristo.

A tales discípulos el mismo Cristo vivo y resucitado de entre los muertos auguraba la paz. (Jn 20, 21). Éstos nunca en su vida terrena encontraron una paz externa; pero se les dio una paz esencial, la verdadera paz en las tribulaciones, la felicidad en los insultos, la vida en la muerte. Se alegraban y exultaban cuando los hombres los odiaban, cuando los entregaban a los tribunales, cuando eran condenados muerte. Tales son los verdaderos testigos de Dios (Hch 5, 41).


Sermón en la Ascensión del Señor de fray Juan Tauler, dominico (1292-1361)

1 comentario:

  1. EN LAS ADVERSIDADES ESTAREMOS GOZOSAMENTE SERENOS SI NOS ABANDONAMOS EN DIOS.

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